1. Los lugares de la inculturación
Los cambios profundos que está viviendo nuestra sociedad con un estilo de vida consumista y pragmático hacen que las estrategias evangelizadoras tradicionales ya no funcionen en nuestros días. El modelo de familia, el sistema cultural y educativo y la iglesia parroquial, como lugares de socialización de la fe, requieren una urgente atención en el plano pastoral y catequético. Por eso, es importante crear una red social, familiar, educativa y parroquial en la que se inculture la fe.
EL MODELO DE FAMILIA
Se ha dado una transformación del núcleo familiar: de familias numerosas a familias nucleares o monoparentales por los divorcios y las separaciones. Por otro lado, hay que añadir la incorporación de la mujer al mercado de trabajo con la respectiva ausencia en el hogar. Todo ello conlleva una carencia en la transmisión de valores y menos relación y permanencia con los hijos. El modo de vida urbano conlleva una relación diferente. Lo que a su vez significa un empobrecimiento en las relaciones personales. Esto genera una crisis de identidad en los hijos y por consiguiente se genera un problema: la soledad.
Los hijos son atendidos de manera material porque no le falta nada, pero aumenta la carencia de “criarlos y formarlos”. Se dan pocos encuentros personales donde se pueda dialogar y compartir por lo que se hace difícil la comunicación en profundidad. Aumenta el número de conocidos, pero el individuo se convierte en un ente aislado y por lo mismo incomunicado. Esta situación tiene su incidencia en las raíces familiares de la religión. La madre ya no es la educadora de la fe. Nos encontramos con una ausencia de la referencia religiosa porque la familia la ha perdido. Además, el problema es mayor con las mujeres jóvenes que rompen con la Iglesia y que rehúsan la educación cristiana de sus hijos. Al estar la religión ausente en la infancia del niño, se producirá muy pronto una indiferencia religiosa.
La familia deja de ser el lugar primario y fundamental de transmisión de la fe, y la carencia de valores, normas y referencias dejando a los niños indefensos ante la presión de la sociedad. Dado que la religión no es vivida por los padres deja de servir de referencia para los hijos. Ante esta realidad, es urgente revalorizar la pastoral familiar y el concepto de iglesia doméstica del cristianismo primitivo y potenciar iniciativas como la escuela para padres, los movimientos familiares etc., porque la esperanza para la Iglesia son las familias cristianas.
SISTEMA CULTURAL Y EDUCATIVO
En el sistema tradicional de educación, la escuela era la que transmitía los valores, hoy el problema se agudiza con la ideología de la familia y escuela neutra. Los padres no bautizan ni educan cristianamente a sus hijos para no influirles ni condicionarles. De este modo la religión se convierte para ellos en algo secundario porque la religión no forma parte de su visión del mundo, ni juega un papel importante entre los valores que rigen su vida. La educación neutra no existe y la carencia de formación religiosa es una opción negativa condicionante del futuro. Es importante educar religiosamente pero no coactivamente, familiarizar con la tradición y símbolos cristianos y compartir con los educandos una cultura impregnada por la fe.
El niño necesita referencias claras, una tabla de valores que le oriente y le marque pautas de conducta. Los padres y educadores tienen que saber alentar y gratificar, pero también deben saber decir no y rechazar comportamientos, de lo contrario se tornarán permisivos y con ello se dificulta el nacimiento de una personalidad adulta, se favorecen personalidades débiles y adolescentes con comportamientos egoístas. Por eso, se constata una creciente ignorancia religiosa de los jóvenes. Además, muchos educadores tienen que impartir contenidos en los que ni ellos mismos creen. Dado que se tiene miedo en muchos casos, esto hace que se favorezca el dualismo entre lo que se piensa y vive a nivel personal.
De ahí que sea necesario una formación y estilo de vida diferente, y una minoría cristiana que testimonie y ofrezca pautas alternativas. Esto pasa por un laicado comprometido, responsable y consciente de sus derechos en la Iglesia y en la sociedad. Sin embargo, los modelos que hoy ofrece la Iglesia oficial son movimientos conservadores con formas modernas. El desplazamiento de la educación a los medios de comunicación afecta también a la inculturación del cristianismo en la sociedad. La imagen pública de la Iglesia no siempre es buena y muchas veces se le ubica como una pieza más del sistema. A esto podemos aunar, que la misma Iglesia tiene una imagen de mala comunicadora, moralista y crispadota ante las tensiones sociales.
EL CAMBIO DEL MODELO PARROQUIAL
Los cambios que se han dado en la sociedad chocan con el modelo administrativo tradicional de parroquia. Este modelo está social y pastoralmente rebasado porque hoy vivimos en una sociedad de multi pertenencias en la que desempeñamos distintos papeles sociales según ámbitos, estamentos y tareas sociales. La parroquia ha dejado de ser un lugar de referencia para muchos ciudadanos.
Hay que encontrar un equilibrio entre el mantenimiento de una estructura que ha mostrado su eficacia durante siglos, pero que necesita ser transformada, y las necesidades pastorales en una sociedad movible. La transformación de las parroquias es condición “sine qua non” para que la teología del pueblo de Dios, con sus diversas concreciones ministeriales y laicales, se haga realidad en una iglesia marcada por el modelo de sociedad perfecta e institución jerárquica heredada del siglo pasado.
Por ello, será importante facilitar los lugares en los que cada persona pueda tener una mayor experiencia de fe. Un lugar de encuentro ante el individualismo y la soledad que se vive hoy. De ahí que la Iglesia se convierta en comunidad de comunidades, lugar de socialización y crecimiento de la fe. Muchas reformas del Concilio fracasaron o no llegaron a implementarse porque no se partió de las comunidades parroquiales y sus necesidades. La preocupación por la unidad y la universalidad, limitó la pluralidad de expresiones de fe en función de las comunidades locales. La eclesiología de comunión fue desplazada por la anterior basada en el monopolio litúrgico del clero.
2. La deseclesialización de la religión.
La cultura postmoderna se caracteriza por un debate constante al que no puede permanecer ajeno ningún grupo social, por numeroso que sea. La Iglesia no puede estar ajena a ello, sería incompatible con su misión ya que está obligada a participar en el proceso social.
El miedo al relativismo resultante del debate y la pluralidad lleva a defender una tradición objetiva custodiada por la jerarquía en la que cualquier disidencia se ve como ataque global al depósito de la fe. Por otro lado, la cultura posmoderna exige la participación secular de los ciudadanos católicos, en contra de la tendencia anterior a no salir de los foros eclesiásticos. Los laicos tendrían que tener mayor protagonismo a la hora de abordar los nuevos problemas que plantea la postmodernidad. Por un lado, se reconoce al laicado, pero es el clero el que decide lo que hay que hacer y pensar. Se tiene miedo a asumir iniciativas laicales por miedo a perder el control de los seglares. Así mismo, la cultura clerical es bastante ajena a la de la sociedad. Cuanto más secular es la sociedad, más reactivamente se sacralizan las instancias intraeclesiales.
Hay una deseclesialización que corresponde a la alergia cultural a las instituciones, y esto plantea problemas a una religión tan fuertemente institucionalizada como el cristianismo. La existencia de ideologías laicas, doctrinas políticas y corrientes de pensamiento críticas con las creencias católicas, también favorece la fragmentación. El rechazo de los grandes relatos, sistemas de creencias y cosmovisiones, propio de la postmodernidad, opera también en las religiones. Se trata de una actitud cultural, más que de una opción religiosa, aunque frecuentemente son las dos cosas. La cultura postmoderna está marcada por las multi-pertenencias en una sociedad muy compleja. Se pertenece fragmentariamente a grupos heterogéneos, lo cual favorece la mezcla de creencias.
COMUNIDADES Y EXPERIENCIA CARISMÁTICA
Los movimientos apostólicos, asociaciones y corrientes laicales que más éxitos tienen del catolicismo actual corresponden a los movimientos carismáticos y los grupos de oración. La doble dinámica de la vivencia de fe y de comunidad eclesial, como lugar en el que se puede compartir, encontrar cohesión y fortalecer la identidad, reacciona a dos demandas culturales que tienen correspondencia religiosa.
En estos grupos se logra un espacio comunicativo y vivencial, en el que hay una confirmación de la fe, un reforzamiento de la identidad cristiana y una cohesión grupal, rasgos que no son tan frecuentes en las celebraciones oficiales. También en estos movimientos donde se da una identificación comunitaria, surge una fuerte adhesión al padre fundador y esto se aparece tanto en los grupos neoconservadores como los más progresistas. Estos grupos, bien sean de derechas o de izquierdas, tienen una tendencia a aislarse del resto de los cristianos, comenzando por la parroquia, para reclamar su propia autonomía. Este aislamiento no sólo empobrece a la asociación sino que es una de las causas de su estancamiento.
El postconcilio ha mostrado el agotamiento práctico y pastoral del modelo tridentino, generando comunidades invertebradas desde el punto de vista ministerial y jerárquico, que son la contrapartida de la eclesiología de sacramentos celebrados aisladamente por ministros sin comunidad. Hay que revitalizar las comunidades para que devengan espacios en los que se vivencien las relaciones personales y hay espacio para que la liturgia responda a las necesidades afectivas de las personas. Además hay miedo y pudor a transmitir la fe. A veces, es más fácil hablar de Dios con el extraño que con el co.cristiano con el que se celebra.
3. La Iglesia: institución y carisma
El nuevo modelo de sociedad plantea un problema estructural a la Iglesia. La crisis de las instituciones y la búsqueda de experiencias y sensaciones en la sociedad lleva a una crisis de la Iglesia en cuanto institución. Carisma e institución son dos dimensiones de una misma experiencia. Lo que surge de forma interpersonal y espontánea, tiene que ser institucionalizado para que se pueda comunicar a otras personas y evitar que se pierda. Por eso, la Iglesia es carismática e institucional, siendo lo segundo lo que evita que se pierda lo primero. El cristianismo se institucionalizó, porque tenía que mantener un mensaje, una forma de vida y una estructuración de la comunidad que remitiera a Jesús y a sus discípulos.
El rechazo de la jerarquía y la apelación a un cristianismo laical, comunitario y poco institucionalizado se inspiraría en el planteamiento original, perdido por la Iglesia. La acción de Dios sería la experiencia del Espíritu, mientras que el elemento humano estaría formado por lo institucional, jurídico y ministerial. Por eso, está la contraposición entre la acción de Dios, que sería el carisma, y la del hombre, la institución. La confrontación de lo humano y lo divino está en relación con una visión de Dios como agente externo a la historia y ajeno a lo humano.
Por eso, lo propio del cristianismo con su postulado del Dios encarnado es el antropocentrismo inspirado por Dios. Hacemos historia desde la libertad, el discernimiento y la creatividad. Es Dios quien inspira pero su actuación no desplaza al hombre sino lo pone en el centro. La institucionalización responde a la esencia misma del hombre y hace que no tengamos que comenzar siempre de cero.
La organización eclesiástica es transformable y ya ha sufrido muchos cambios, puede modificarse para adaptarla a las necesidades sociales y pastorales actuales. Por eso, sacralizar lo organizativo apelando a lo institucional es una forma ideológica de defender lo que se ha convertido en anacrónico, pastoralmente ineficaz y cuestionable desde la perspectiva de la sociedad profana y de buena parte de la misma teología. El desmesurado peso institucional y la debilidad de los agentes sociales, no sólo afecta a las iglesias sino que es también el gran problema de las sociedades modernas.
4. La recepción del Concilio en la postmodernidad
Durante el Concilio la curia romana se opuso a las innovaciones conciliares en nombre de la tradición. La necesidad de reformas quedó bloqueada por el miedo a la ruptura con la tradición anterior. No fue posible repensar la identidad cristiana desde la cultura secular en la línea asumida por la Gaudium et Spes. Se tendió más bien a defender la tradición e imponerla a toda la Iglesia. Los años posteriores al Concilio se podrían enmarcar en tres fases o momentos. Una primera (1963.68) época donde hubo vitalidad y optimismo, en la que la Iglesia latinoamericana irrumpió a nivel mundial con manifiestos a favor de la liberación y difusión del movimiento de comunidades de base.
Una segunda fase (1968.72) de repliegue y de preocupación por el descontrol y el aumento de la contestación en la Iglesia. Hay una tercera en la que el papa y la curia romana retomaron el control “eclesial” con una clara insistencia en la orientación espiritual. Se logró el control del movimiento postconciliar: con el nombramiento de obispos; con la vigilancia a los teólogos, con la inspección a los seminarios y facultades de teología, con el fortalecimiento de las Comisiones de la fe en cada país, así como de las nunciaturas. Se potenciaron nuevos movimientos eclesiales conservadores. Pero fue sobre todo la “Sagrada Congregación para la doctrina de la fe” la que se encargaría de promover la doctrina y la de defensa y condena de posibles errores y desviaciones.
La comunidad de creyentes ha sido mucho más receptiva al cambio de imagen de la Iglesia que posibilitó el concilio Vaticano II, en contra de la involución posterior de buena parte de los eclesiásticos. El período postconciliar abrió un tiempo de reformas, innovaciones y búsquedas, en un contexto de desarticulación del tejido social del cristianismo tradicional que se agudizó por el carácter cada vez más secularizado de la sociedad, el estilo de vida profano y la creciente indiferencia religiosa. El pretendido diálogo con el mundo que propugnó la “Gaudium et Spes” no se tradujo en una apertura dentro de la Iglesia contra los que pensaban de forma diferente y la vieja concepción jerarcológica volvió a resurgir aunque la teoría oficial fuera la de Iglesia de comunión.
La democratización de la Iglesia es una condición necesaria, aunque insuficiente, para una sociedad que no admite planteamientos absolutos sin contar con la voluntad popular. La demanda de democracia en la Iglesia se rechaza.
Las formas de control, el poder mismo , la manera de uniformar, de objetivar etc, chocan con la sensibilidad cultural actual que rechaza la vieja cultura patriarcal y con ello aleja a los grupos más dinámicos y postmodernos. De este modo, se rompe con el legado conciliar tanto en lo que concierne a las reformas internas de la Iglesia, como lo concerniente a su ubicación en el mundo y una nueva forma de entender su misión.
COMENTARIO
Soy consciente que no es fácil abordar un valoración de este capítulo porque puede uno caer, o bien en repeticiones o trivializar estos temas que son de gran trascendencia en la propia misión de la Iglesia y la de uno mismo. Elegí este capítulo para hacer la síntesis porque me impactó que al hablar de la inculturación de la fe se centrara en tres sectores claves de la sociedad: la familia, la educación y la parroquia como lugares de socialización de la fe.
Por principio, me uno y hago míos los planteamientos que ahí se exponen. Sin embargo, no es sencillo proclamar dichos pensamientos en ambientes cerrados e involucionistas como lo estamos viendo en la misma institución eclesial; en concreto, en la misma jerarquía mexicana donde hoy estoy prestando mis servicios nunca podría hablar abiertamente de los temas planteados, por eso cuando se mencionan temas como estos, para unos es motivo de escándalo y para otros de provocación por atreverse hacer dichos planteamientos.
Tal vez, y pecando un poco de ingenuidad, presento estas sencillas reflexiones en forma esquemática que me surgieron a la luz de la lectura de este capítulo concretamente y de la lectura del mismo libro:
Creo que las autoridades oficiales de la Iglesia no miden acertadamente en toda su profundidad la crisis cultural en la que estamos inmersos.
En el conjunto de la Iglesia no puede haber más que hermanos que tratan con perfecta confianza entre sí todos los problemas.
Hablar sólo hacia dentro de la casa y callar ante la sociedad es una situación profundamente anormal por no decir que es hipocresía como ya lo mencioné. Se necesita ser profeta y no tener miedo a “perder”.
Es enteramente absurdo, por ejemplo, imponer a una comunidad un presbítero o un obispo sin haber oído antes a esta comunidad
La formación de un sacerdote debe ser todo lo contrario a la reclusión en un pequeño círculo donde no puede mirar cara a cara los desafíos que la postmodernidad le plantea.
Se necesitan maestros sabios para enseñar; hay que buscarlos y formarlos.
Para solucionar los problemas en la familia, en la educación, en la parroquia, no basta con hacer estudios y análisis técnicamente correctos; encontraremos soluciones en la medida que nos involucremos todos y juntos sin exclusiones dialoguemos para encontrar soluciones.
Parte inherente a la persona es el poder, pero en el ámbito religioso y clerical, el poder se una para controlar y no para servir.
Sin caer en sentimentalismos, es urgente que recuperemos el kerigma primigenio.
Sin llegar al “biblismo protestante”, la Iglesia hoy necesita evangelizar con la Biblia.
Por eso, la formación sacerdotal y la propia vida, debería estar impregnada de la cultura bíblica.
Dentro de la situación negativa en la que nos hallamos inmersos, lo que resulta preocupante es el vaciamiento interior, la trivialización de la existencia y la crisis de esperanza a pesar de todos los progresos de hoy.
La Iglesia no tiene motivo alguno para no atreverse a abrir de par en par sus puertas la vida del mundo de hoy.
Es una amenaza para el evangelio ver la frivolidad y la falta de fe en muchos sacerdotes y hasta en obispos. Sólo les interesa subir en escalafón.
Los miedos y entre otros, el temor a perder un gran número de fieles, nos paralice en la misión.
La estructura organizativa es útil hasta cierto grado, pero cuando las estructuras se apoderan de nosotros, entonces dejamos de servir y nos hacemos esclavos de ellas.
La institución eclesial llegará a cambiar, sólo cuando se haga pobre.
Si vamos a la esencia misma del ser humano, y ante la situación de crisis en la que nos toca vivir, me pregunto: “Es que hay algún miedo que pueda competir con el echar a perder tanta gracia recibida?
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